Las bacterias bucales activan vías inflamatorias en el hígado
Cuando pensamos en el hígado, lo asociamos con el alcohol, el hígado graso, los medicamentos o la alimentación. Casi nadie piensa en las encías. Pero precisamente ahí comienza, en muchos casos, el ataque silencioso al órgano de desintoxicación número uno, provocado por bacterias que no deberían estar ahí.
El microbioma oral es decir, el conjunto de todas las bacterias que habitan en la boca es mucho más que placa y periodontitis. Es un actor biológico activo. Y cuando se desequilibra, por ejemplo a causa de inflamaciones crónicas en las encías, inicia un viaje silencioso: atraviesa pequeñas heridas, entra en el torrente sanguíneo y llega, a través de la vena porta, directamente al hígado.
Allí, el sistema inmunológico se encuentra con los invasores. Los LPS (lipopolisacáridos), componentes de las paredes celulares bacterianas, activan receptores conocidos como Toll-like, especialmente el TLR4. Esto desencadena toda una cascada de señales inflamatorias. Y de pronto, el hígado deja de ser solo un órgano depurador y se convierte en un campo de batalla.
A largo plazo, esto puede llevar a resistencia a la insulina hepática, hígado graso, fibrosis y, en el peor de los casos, cirrosis. Y todo esto hay que decirlo así por bacterias que, con una mejor higiene bucal, nunca habrían llegado tan lejos.
Lo más preocupante es que esta conexión casi nunca se comunica en la práctica. El gastroenterólogo trata el hígado, el dentista trata las encías, y el sistema inmunológico lucha en dos frentes, sin que nadie trace la línea que une ambos problemas.
¿La solución? Prevención. Trabajo interdisciplinario. Concienciación. Y tal vez una nueva mirada a algo que subestimamos con demasiada frecuencia: la boca como puerta de entrada a procesos inflamatorios en todo el cuerpo.
La verdad es: un hígado enfermo, a veces, comienza con un diente enfermo.