El microbioma oral desencadena la aterosclerosis

No comienza con dolor en el pecho. Ni con un electrocardiograma. Ni con el primer infarto, sino mucho antes y de forma completamente discreta: al masticar. Al tragar. Con la placa que se acumula entre las muelas. Porque ahí vive: el microbioma oral. Un mundo en sí mismo. Miles de millones de bacterias. La mayoría inofensivas, algunas no. Y son precisamente esas pocas Porphyromonas gingivalis, Tannerella forsythia, Treponema denticola las que pueden provocar problemas mucho mayores más adelante.

Porque no se quedan en la boca. Aprovechan cualquier oportunidad para colarse en el cuerpo. Pequeñas inflamaciones, microdesgarros en las encías… eso basta. ¿Y después? Todo empieza.

Una vez en la sangre, estas bacterias desencadenan una reacción inmunológica en cadena. El cuerpo las reconoce como elementos extraños como es lógico, pero reacciona de forma exagerada. Se desarrollan procesos inflamatorios crónicos. Y actúan precisamente donde no deberían: en las paredes de los vasos sanguíneos.

La aterosclerosis es decir, el endurecimiento y estrechamiento de las arterias no es solo un problema de grasa. Es una enfermedad inflamatoria. Y aquí es donde entran en juego las bacterias bucales. Activan células inmunitarias, desestabilizan placas, favorecen la acumulación de depósitos e incluso alteran la expresión genética en el endotelio.

En resumen: lo que muchos creen que es un problema exclusivo del colesterol, es también un problema bacteriano uno que, a menudo, empieza en la boca. Y que circula sin freno por el organismo, hasta llegar al corazón. O al cerebro.

La investigación es clara: existen pruebas directas de bacterias orales en el material de placas ateroscleróticas. Y aun así, pocos cardiólogos preguntan por la salud dental, y pocos dentistas piensan en la salud vascular.

Y sin embargo, aquí podría comenzar una nueva forma de prevención: no invasiva, económica y, sobre todo, interdisciplinaria. El dentista como protector vascular. El cardiólogo como conocedor del microbioma.

Porque el próximo infarto quizá no empiece en el plato… sino en el cepillo de dientes.