Cuando la diabetes se hace visible en la boca
Los dientes cuentan historias: de hábitos, de estrés, de demasiado edulcorante o de poco uso del hilo dental. Pero a veces también revelan algo más profundo: un cuerpo que ha perdido el equilibrio, un metabolismo de la glucosa que se ha descontrolado. Y eso se ve en las encías.
Las personas con diabetes sobre todo cuando su nivel de azúcar en sangre no está bien controlado tienen un riesgo claramente mayor de sufrir periodontitis, es decir, una inflamación crónica de los tejidos que sostienen los dientes. No es casualidad: es lógico desde el punto de vista bioquímico.
Los niveles elevados de glucosa debilitan los pequeños vasos sanguíneos, incluidos los de las encías. La circulación empeora y el tejido se vuelve más vulnerable. Al mismo tiempo, el sistema inmunitario responde con lentitud y las inflamaciones persisten. Y las bacterias que provocan la periodontitis adoran el azúcar, tanto en sentido figurado como literal.
Lo curioso es que la periodontitis transcurre largo tiempo sin dolor. Solo se detecta en una fase avanzada, cuando los dientes comienzan a aflojarse o las encías se retraen. Y para entonces, el daño suele ser grave. Sobre todo porque se establece un círculo vicioso: la mala regulación de la glucosa favorece la periodontitis, y la periodontitis, con su inflamación crónica, empeora a su vez el control de la glucemia.
Esto significa que la odontología es parte integral del tratamiento de la diabetes, no solo como higiene complementaria, sino como ventana diagnóstica. El estado de las encías puede indicar si los niveles de azúcar en el cuerpo están bien regulados o no.
Pero, ¿con qué frecuencia ocurre esto realmente? ¿Con qué frecuencia se comunican el dentista y el médico de cabecera? ¿Con qué frecuencia se convierte la encía en un monitor?
La verdad es amarga: con muy poca frecuencia.
Y, sin embargo, la solución sería sencilla: controles periódicos, higiene bucal rigurosa y comprensión de que el cuerpo es un sistema en el que todo está interconectado.