Bacterias orales en el torrente sanguíneo
Las escupes por la mañana, entre la pasta de dientes y el agua: bacterias. Millones de ellas. La mayoría son inofensivas. Algunas no. Y, sobre todo, das por sentado que se quedan en la boca. Pero no es así. Algunas encuentran el camino hacia lugares en los que no deberían estar: el torrente sanguíneo.
¿Cómo ocurre eso? Muy sencillo. Incluso pequeñas lesiones en las encías, provocadas por un cepillado demasiado agresivo o por bolsas periodontales inflamadas, son suficientes para abrir los vasos sanguíneos. Entonces tu microbioma bucal un biotopo salvaje de estreptococos, actinobacterias y compañía envía a sus habitantes de viaje. Directamente a la circulación.
Y ahora la cosa se pone realmente delicada: una vez en la sangre, estos microorganismos no permanecen tranquilos. Se adhieren a las paredes de los vasos. Influyen en las reacciones inmunitarias. Fomentan la formación de placas de aterosclerosis, esos depósitos que obstruyen las arterias poco a poco.
Algunas bacterias incluso llegan al corazón o al cerebro. Hay casos documentados de bacterias orales encontradas en válvulas cardíacas o en material trombótico de pacientes con ictus. Esto no es ciencia ficción, sino ciencia actual.
Sin embargo, casi nadie habla de ello. Tal vez porque la imagen sea demasiado extrema. O porque la idea de que un poco de sarro pueda convertirse en una amenaza sistémica resulte demasiado desagradable. Y, sin embargo, es precisamente esta migración invisible la que la hace tan peligrosa e impredecible.
¿Y qué significa esto en la práctica? Los dentistas no son actores secundarios en el sistema de salud: son médicos preventivos. Su labor no solo protege los dientes, sino también el corazón y el cerebro. Y quien ignore el sangrado de encías está pasando por alto una posible puerta de entrada a enfermedades sistémicas.
La verdad es incómoda: lo que empieza en la boca a menudo no termina allí. A veces acaba en el hospital o peor. Pero existen soluciones.